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Leyenda de Urre-Lauquen

Junto a una de las inmensas lagunas en que se embalsa el agua del Chadileuvú (Río Salado), como lo denominaban los indios, tenía sus toldos una tribu de araucanos. Entre las mujeres sobresalía por su belleza Urre (Bruma), una joven de pelo negro y tiernos ojos castaños.

El cacique de una tribu cercana, hombre fuerte y noble de espíritu, hacía frecuentes viajes a la laguna para pescar, acompañado de sus amigos. En una de esas excursiones, el destino lo puso frente a los cautivantes atractivos de Urre. Las miradas de ambos se cruzaron y, como por hechizo, el amor nació en sus corazones.

Al regresar a sus toldos los amigos del cacique notaron en el semblante de su jefe que algo había sucedido en su interior. Los viajes se hicieron más frecuentes y en ellos pasaba largas horas de paseo y conversación con su amada Urre.

Una hermosa tarde de otoño decidieron navegar por la laguna en una improvisada balsa con un tronco de caldén. Ayudándose de largas  ramas  que  les servían de remos  disfrutaban estando juntos

en la precaria embarcación, cuando sorpresivamente una avalancha de agua les dio vuelta el tronco. Era el Chadileuvú que se vengaba así del cacique por haberle arrebatado el amor de Urre a quien consideraba su propiedad.

Urre logró ponerse a salvo, no así el cacique, quien, quizás atontado por el golpe no volvió a flote. En vano llamó, gritó y esperó la india a su amado. Sólo le contestaban el susurro del viento y el ruido de las olas contra el tronco.

Desde esa tarde Urre recorría la orilla de la laguna llorando desconsoladamente la ausencia del ser querido. Junto al agua le sorprendió la muerte. Allá en el país del cielo amparados por Futa Chao (Dios), se amarán por siempre.

Fueron tantas las lágrimas vertidas por Urre, que una espesa bruma flota sobre la laguna cada amanecer.

Este es el origen del nombre con que los mapuches comenzaron a llamarla: Urre-Lauquen (Laguna de las Brumas).

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